Durante el año 2023, Fundación Esplai dinamiza el Debate del Tercer Sector entorno al tema de la «Justicia Educativa y el Tercer Sector en el ámbito penitenciario». Hemos entrevistado a diferentes personas expertas que nos aportan su visión y propuestas sobre diferentes aspectos de la intervención en los centros penitenciarios. Reproducimos la entrevista a David Arnanz Mayayo de la Fundación Social Hijas de la Caridad.
DAVID ARNANZ MAYAYO
Graduado en Trabajo Social, lleva más de trece años trabajando en el ámbito penitenciario, con el colectivo de personas reclusas y exreclusas. Educador en el proyecto de Centros Penitenciarios del Centro Social Marillac perteneciente a la Fundación Social Hijas de la Caridad, cuyo ámbito de intervención se centra sobre todo en los siete centros penitenciarios de la Comunidad de Madrid.
Desde tu experiencia personal y profesional, y desde el trabajo que desarrolla tu organización en el medio penitenciario, ¿crees que es apropiado considerar la prisión como un espacio educativo?
Lo primero es decir que respondo a estas cuestiones desde lo vivido, desde mi experiencia personal en la que, sobre todo, me he encontrado con personas a las que la cárcel ha agravado más todavía algunas de sus difíciles condiciones de vida.
La prisión es una institución “total”, es decir, que afecta a todos los sentidos del ser humano y a todos los ámbitos de la vida de sus moradores/as.
Desde que te levantas hasta que te acuestas toda tu vida está más o menos programada. La apertura de puertas, los 4 o 5 recuentos diarios, el encendido y apagado de las luces, el horario de llamadas, la apertura y cierre del economato, los horarios de destino o trabajo, etc. Y, a pesar de esa vida estructurada, según relatan las propias personas internas, lo más difícil es conseguir tener el tiempo ocupado para no pensar demasiado y que la cabeza no te juegue malas pasadas imaginando cómo continuará la vida de puertas afuera. Difícilmente podemos pensar en la prisión como un espacio educativo que vaya más allá de su función principal, que no es más que la de aislar de la sociedad y privar de libertad.
Es difícil plantear la prisión como espacio educativo porque el mero efecto de la “prisionalización” que atraviesa a las personas que han pasado por la cárcel es ya de por sí bastante devastador para el ser humano. Y lo digo con conocimiento de causa, ya que durante mis 13 años trabajando en el ámbito penitenciario, una de mis funciones era la de ir a buscar a aquellas personas que salían por primera vez de permiso después de estar varios años encerradas. Ellas mismas me relataban sensaciones de auténtico pavor a la libertad, de no ser capaces de enfocar mirando al horizonte después de estar acostumbrados/as a no ver más allá de los 15 o 20 metros del muro del patio de su módulo, de montarse en el metro o caminar por una calle abarrotada de gente y pensar que todo el mundo les está mirando como si llevaran un cartel en la frente que pusiera “Expresidiario”, de no tener conocimientos para manejar un teléfono de última generación, o un ordenador o cualquier dispositivo informático que hoy en día están por todos lados.
Entendemos que, en el siglo XXI, en el Tercer Milenio, las prisiones deberían ser cada vez más espacios terapéuticos y educativos, ¿Cómo podemos avanzar en este sentido? y ¿Qué le falta a nuestro sistema penitenciario para conseguirlo?
Si queremos como sociedad que las prisiones sigan siendo un espacio de castigo y corrección donde encerramos al delincuente para luego tirar la llave y así imaginar que estamos haciendo justicia, entonces no habría que cambiar prácticamente nada del sistema penitenciario, de su estructura ni de su régimen o normativa.
Ahora bien, si somos capaces de repensar los centros penitenciarios y tomarnos en serio el artículo 25.2 de la Constitución Española que dice: “Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social… En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad.” Es entonces cuando tendremos la obligación de repensar cuál debe ser ese papel reinsertador, que sea capaz de fomentar el desarrollo integral de la personalidad de las personas penadas, que fomente la cultura, la educación a través de decisiones innovadoras y atrevidas que muchas veces pasarán por fomentar las penas y medidas alternativas a la prisión, replantear la propia estructura de las cárceles formadas únicamente por muros de hormigón grises y concertinas, alejadas (cada vez más) de las ciudades, como si eso alejase también sus problemas.
Estos son algunos de los cambios que considero necesarios:
- Articular alternativas a la prisión, reservando ésta solo para los casos más graves.
- Crear y apoyar redes y servicios post-penitenciarios de asistencia, acompañamiento y cuidado (jurídico, psicológico, sociolaboral, etc.) para personas que cuando se reencuentran con la libertad no son capaces de gestionar su vida por sí solas.
- Digitalizar sus programas y servicios; crear modelos propios de digitalización adaptados a las condiciones particulares de este escenario. Y primero de todo, luchar con programas adecuados contra la brecha digital en la población penitenciaria.
¿Qué papel juegan en este cambio de perspectiva las y los profesionales que trabajan en el ámbito penitenciario?
Las y los profesionales que pertenecen a la Institución penitenciaria tienen un enorme reto por delante si de verdad pretendemos adaptar las prisiones a una perspectiva educativa y transformadora.
Para empezar, tenemos que tener en cuenta que la mayoría de las/os profesionales que trabajan en los centros penitenciarios son funcionarias/os de “régimen” y no de “tratamiento”, por lo tanto dentro de su función laboral apenas hay espacio para la perspectiva pedagógica, teniendo que realizar, sobre todo, tareas de control y vigilancia.
Por otro lado, las pocas profesionales de tratamiento que hay suelen tener un ratio de atención de internos/as extremadamente alto. Dependiendo de la masificación que haya en el centro penitenciario en un momento concreto puede oscilar entre 100/150 internos/as por cada trabajadora social/educador. Por esta razón son las propias personas internas quienes manifiestan que durante sus primeros meses o años de estancia en prisión apenas han podido hablar con su trabajador/a social en un par de ocasiones, y si lo han conseguido ha sido sobre todo para intentar gestionar cuestiones del día a día.
¿Qué aportan las entidades colaboradoras externas, nuestras organizaciones, a la dimensión educativa del tratamiento penitenciario?
Las entidades externas que realizamos intervención dentro de los centros penitenciarios jugamos un papel esencial desde el punto de vista de la perspectiva educativa.
En primer lugar, porque son las propias personas internas quienes nos identifican como personas ajenas a la institución, que vienen de “la calle” y eso para ellos/as representa un soplo de aire fresco (en sus propias palabras).
Ellos y ellas valoran de forma muy positiva a aquellas personas que de forma voluntaria deciden emplear su tiempo acompañándolos durante este proceso vital en el que se encuentran, independientemente de que la intervención que realicen estos voluntarios o voluntarias sea poco o muy profunda, ya que la gestión del tiempo en la prisión es uno de los desafíos más grandes a plantear durante la privación de libertad.
Por otra parte, somos las entidades externas y del Tercer Sector las que nos encargamos de trabajar una de las perspectivas más importantes que hay en el paso por la prisión: La preparación para la libertad. Cuando una persona ha cumplido una cuarta parte de su condena tiene derecho a solicitar sus primeros permisos penitenciarios. Son muchos internos/as los que necesitan un “aval institucional” para poder disfrutar sus permisos, ya que o bien no tienen familia que les pueda acoger durante estas primeras salidas de 3 o 4 días, o bien no quieren o no pueden volver al barrio o con sus familias ya que estas fueron las razones de su entrada en prisión.
Por esta razón algunas de las entidades que formamos parte de ROSEP (Red de Organizaciones Sociales del Entorno Penitenciario) disponemos de pisos de acogida para que aquellos/as internos/as que no puedan conseguir un aval familiar puedan de esta manera disfrutar de aquellos permisos que les corresponden bajo la tutela de una institución.
«Somos las entidades externas y del tercer sector, las que nos encárganos de trabajar en una de las perspectivas más importante que hay en el paso por la prisión: La preparación para la libertad»
¿Cómo valoras el tratamiento que hacen los medios de comunicación de los temas que generan más interés? ¿Qué ideas puedes aportar para hacer llegar a la opinión pública las iniciativas, los proyectos y las historias de vida tan inspiradoras a las que llegamos desde nuestras organizaciones?
Es necesario que Instituciones Penitenciarias asuma su papel en la reinserción, no sólo con los programas en los centros penitenciarios, sino también en cómo la sociedad acoge al quien comete un delito, cumple su condena y vuelve a la sociedad a incorporarse de nuevo a la vida cotidiana. La institución tiene que atreverse a contar las muchas iniciativas que se trabajan en las prisiones, por parte de IIPP y con apoyo de organizaciones de la sociedad civil, para ir cambiando el imaginario colectivo sobre lo que es una cárcel y lo que representa una condena para cualquier persona. Con transparencia y dando el valor que tiene el poder trabajar con personas que han delinquido en que escojan otro camino más beneficioso para ellas y para la sociedad en la que viven.
Es urgente contar con una estrategia de comunicación que sepa transmitir el objetivo de la institución penitenciaria: la reeducación y la reinserción social.
Afortunadamente los centros penitenciarios están llenos de personas con historias de esfuerzo y cambio.