En el mes de mayo hemos celebrado el Día de las Familias, una fecha que nos invita a reflexionar sobre la importancia de los vínculos familiares y el impacto que ciertas situaciones pueden tener en el bienestar. Cuando una persona entra en prisión, no es la única que cumple condena. Aunque físicamente solo una persona cruce los muros, la condena se extiende más allá: alcanza a sus madres, padres, hijas, hermanos, parejas. A sus familias. Ellas también cumplen sentencia, aunque nadie las nombre.
Las familias de las personas privadas de libertad son, en muchos casos, el único sostén emocional, afectivo y material con el que cuentan. Son quienes hacen largas horas de viaje para una visita de 40 minutos a través de un cristal. Son quienes recargan el peculio, envían ropa, atienden y cuidan a los hijos e hijas que quedan fuera, y levantan la voz cuando el silencio institucional se impone. Son quienes escriben cartas, esperan llamadas, y resisten.
La familia sostiene, consuela, acompaña y, en muchos casos, es el principal factor de apoyo en los procesos de reinserción.
Sin embargo, las familias siguen estando casi ausentes de las políticas penitenciarias. Apenas hay acompañamiento emocional o apoyo económico. Pocas veces se las escucha, y aún menos se las considera aliadas estratégicas. Por el contrario, muchas veces deben lidiar con trabas burocráticas, restricciones absurdas y miradas de sospecha.
Se habla mucho del “entorno del interno”, pero muy poco del desgaste que ese entorno sufre. Las familias —especialmente las mujeres: madres, parejas, hermanas…— cargan con el peso del estigma, la vergüenza social y, en muchos casos, la precariedad económica que deja el encarcelamiento de un ser querido.

Sabemos que la presencia y el vínculo familiar fuerte reduce la reincidencia, mejora el bienestar emocional de las personas presas, y genera puentes para la vida en libertad. Las visitas familiares son un motor de esperanza, un soplo de libertad. Una carta puede ser más potente que cualquier programa institucional.
Por eso urge reconocerlas. Escucharlas. Acompañarlas. Incluirlas no como espectadoras de un proceso penal que les arrebata a alguien querido, sino como parte activa de una transformación posible.
Por todo esto, desde Fundación Esplai Ciudadanía Comprometida creemos tanto en el valor del vínculo familiar y todo lo que puede aportar a las personas que están pasando por un proceso de privación de libertad y, precisamente por eso, desde diferentes proyectos que ejecutamos en este ámbito, el acompañamiento a la familia es un pilar fundamental.
Dentro del marco del proyecto Reconéctate, de preparación para la vida en libertad, contemplamos el acompañamiento a las familias como uno de los ejes principales de intervención, ofreciendo apoyo, escucha y espacios de desahogo desde la empatía y el entendimiento. Además, organizamos jornadas de familias de personas privadas de libertad, con el objetivo de crear un espacio de encuentro entre ellas, donde puedan reunirse con personas que están pasando circunstancias similares, y donde puedan encontrar un espacio seguro y de confianza donde sentirse comprendidas, escuchadas y tenidas en cuenta.
Por otro lado, dentro del proyecto Escuela de Familia, ejecutado en dos prisiones de Galicia, realizamos talleres con personas privadas de libertad (generalmente hombres) para promover la parentalidad positiva y apoyar a sus familias.
Todo esto se puede realizar gracias a la financiación del Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 y a la Xunta de Galicia a través de la Consellería de Política Social e Igualdade, con cargo al 0,7% del IRPF.
